Dale, no seas tímido!

Las noticias son buenas si vas a dar batalla pues lo quieras o no allá afuera hay una guerra, no sirve que te escondas ni que vivas rezando; cuando la muerte se alza siempre acaba encontrando. (GF)

Soy un collage de non.fiction y letras encriptadas

jueves, 20 de noviembre de 2008

Mi abuela Coca



Mi abuela se llamaba Clara pero todos le decíamos Coca. Había llegado a la Argentina desde su Ucrania natal en un barco que antes de arribar le había permitido conocer un baño con agua corriente. Cuando fue al baño en el puerto se asustó, contaba, porque tiró la cadena y un chorro de agua salió con fuerza y apareció como un tornado en el inodoro. Cuando llegaron a Córdoba con sus hermanos, la familia se puso una carnicería. Sus padres nunca aprendieron a hablar en español.

Mi abuela, que siempre que me veía, y hasta mis 13 años, me metía la mano en el pantalón y me pellizcaba un cachete, me confesó que el amor de su vida había quedado maltrecho. Ella se había enamorado de un rosarino que conoció en un baile. Pero como “era muy viajero” y quizá un poco esquivo, se terminó casando con mi abuelo, que tenía un título de odontólogo y un futuro más o menos promisorio. Entonces dejó ir al rosarino, como quien deja caer un pañuelo por el hueco de una escalera, después de besarlo en un zaguán, promesa mediante de que él regresaría a buscarla.

Un día, cuando ya era madre de mis tres tíos y mi papá, uno de sus hijos mayores invitó a una amiga a cenar a la casa. Mi abuela no pudo evitar estremecerse cuando se dio cuenta que esa chica era la hija del rosarino. Así como tampoco dejó de suspirar mientras me contaba este secreto a sus casi 80.

A mí me encantaba que se llamara como mi bebida cola favorita.

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